DROGAS - DROGADICCIÓN - YONKI - YANQUI - COSA LACANIANA -
BURROUGHS, WILLIAM - JUNKY - TRABAJO/CAPITAL -
El yonqui, el yanqui y la Cosa (I)
Al final de su relato épico-químico, titulado Junky, William
Burroughs invoca unas coordenadas de la demanda y la oferta
congruentes con cierto teorema contemporáneo de la droga:
AYAHUASCA SERCHING
"Decidí bajar hasta Colombia y capear yajé […]. Estoy listo
para moverme al sur y buscar el cantazo puro que abra, en
lugar de cerrar como la heroína. El embale es libertad
momentánea de los reclamos de la envejeciente, prudente,
jeringona, asustadiza carne. Quizás encuentre en el yajé lo
que buscaba en la heroína, la yerba y la coca. El yajé será el
cantazo final."
Ese "final fix" o cantazo terminal, por supuesto nunca
llegará, pues como tantos otros cronistas literarios
occidentales de la experiencia de la droga, Burroughs eleva
este antiobjeto del placer al rango de la Cosa lacaniana. Aquí
la Cosa es producto de un trabajo literario, de una
elaboración artística de la distancia que se le impone al
objeto para otorgarle la dignidad del objeto absoluto
imposible de alcanzar.
Se puede leer Junky como reverso masoquista de la gesta
personal del gran capitalista blanco: el protagonista de
Junky, Bill Lee (alias William Burroughs), es un negativo
radiográfico anticipado de Bill Gates. Marx decía que el
capital es trabajo muerto que, como el vampiro, vive de chupar
trabajo vivo y vive más, mientras más trabajo chupa. Pero el
personaje de Burroughs representa una modalidad de consumo
terminal que, como el vampiro, vive de chupar una mercancía
mortal y vive más, mientras más veneno chupa.
Dice Burroughs: "La droga es una inoculación de muerte que
mantiene el cuerpo en condición de emergencia". Un cuerpo para
el capital es un cuerpo en perenne condición de emergencia. El
capital se retroalimenta de la revolución permanente de sus
propias condiciones de producción, que se repiten y perpetúan
gracias a su autodestrucción cíclica contínua. La droga como
mercancía importada por los centros capitalistas de occidente
es la advocación escatológica del ciclo del capital, su
absoluto end-product revelado como avatar tóxico de sí mismo.
La droga no es una mercancía consumible sino el consumo en sí y
de sí, el consumo mismo como su propio objeto; la droga es la
Cosa, the Thing, das Ding.
El teorema de la droga narrado por Burroughs presenta un
montaje similar. Un cantazo de heroína va empotrado en el
capeo previo y se empotra en el chuteo siguiente creando una
serie autoproliferante de procedimientos que sólo apuntan a la
mecánica de la propia repetición indefinida del consumo de la
droga. Sólo la droga por sí sola, con su implacable coherencia
química, impone la continuidad de la serie. No hay uso, tipo,
concepto ni finalidad abstraible. Así ella establece su
coseidad al margen de cualquier función objetual. "A medida
que el hábito agarra, -dice el narrador de Junky- los demás
intereses pierden importancia para el usuario. La vida se
telescopia en la heroína, un chuteo y a esperar el próximo".
En el mundo de Burroughs la expresión "vivir para la droga" es
inadecuada, pues la droga no sería siquiera el objeto de una
vida. Más bien la droga sustituye el vivir, deja de ser objeto
de la pulsión vital para sustituir esa pulsión con su propio
ciclo compulsivo, con una 'vida' más real que la vida misma,
la vida de la Cosa en sí.
Explica Burroughs en Naked Lunch. Texto fraterno de Junky,
que…
"La morfina altera el ciclo completo de expansión y
contracción, liberación y tensión. La función sexual se
desactiva, la peristalsis se inhibe, las pupilas dejan de
reaccionar en respuesta a la luz y a la oscuridad. El
organismo ni se contrae por el dolor ni se expande hacia las
fuentes normales del placer. Se ajusta a un ciclo de morfina".
La economía narrativa de Junky prescinde de la interioridad
psicológica, de la motivación de los personajes, de los
condicionamientos del ambiente y del conflicto intersubjetivo;
todo circula en torno al próximo chuteo, aun los intentos de
cura, en los que el yonqui meramente se ilusiona con
reconstruir esa elusiva virginidad que le prodigaría la
ilusión fugaz de un retorno a la primera penetración de la
aguja. Es sabido que el período de la vida de Burroughs
correspondiente a este relato contiene acontecimientos tan
dramáticos como el disparo "acidental" con que él mató a su
esposa en un alarde de puntería estilo William Tell.
Se sabe que William Burroughs salió indemne del percance,
ocurrido en México, gracias al dinero de su familia. Pero
Junky no narra ese incidente y sólo menciona de pasada a la
abatida mujer, como espectral facilitadora o interruptora del
próximo chuteo. En un texto sobre la femineidad de la droga
Bruno Mazzoldi sintetiza en palabras inmejorables ese trucaje
de sustituciones sublimatorias, concluyendo que…
"la ansiedad de la aguja y la fiebre de la perforación sugieren
que todo chutero que se respete, todo morfinómano que se
espete una y otra vez, no solamente aspira a la
autofecundación en endogamia absoluta, sino también a parodiar
a la madre para odiarla mejor"
Burroughs se chutea y también chutea (he shoots): le dispara a
la madre-compañera-Cosa para mejor chutarse bajo la égida de
la entidad femenina fantasmáticamente abatida, una entidad
irreductible a puro objeto de deseo.
Angela María Jaramillo
explica muy bien cómo la mujer tiende a encarnar la Cosa en el
drama freudiano, pero Burroughs, al ejecutar a su
infortunada compañera, instala el horror-fascinación a la
droga en el lugar donde Freud situaba el horror-fascinación a
la mujer. Por eso su esposa no debe aparecer en ese relato,
siquiera en la incidencia de su abatimiento "accidentado".
Junky demuestra con ésta y otras omisiones factuales, que no
es una autobiografía de Burroughs sino la biografía del ente
fantasmático cuyo deseo se instaura a partir de las
repeticiones anuladoras del objeto que se transmuta en Cosa
inenarrable, antagónica y fascinante; agujero negro donde se
precipita la narración en caída libre.
Consideremos además la advertencia de Giulia Sissa de que la
droga es un anti-objeto. Podemos asumir esta advertencia y
añadir que la droga es poco definible como objeto de deseo,
pues la construcción de su hábito conlleva sustituir los
objetos de deseo ordinarios forjados, perseguidos, sitiados,
capturados o evadidos en las fantasías de la realidad
cotidiana, por un solo objeto que, como el dinero, representa
a todos los objetos sin poseer otro valor que sustituir esos
objetos.
En este sentido, reclama Burroughs que…
"El adicto es inmune al aburrimiento. Puede estar horas
mirándose los zapatos o simplemente permanecer en la cama. No
necesita desahogo sexual ni contactos sociales ni trabajo ni
diversión ni ejercicio, nada excepto morfina. La morfina logra
aliviar el dolor gracias a que le imparte al organismo algunos
de los atributos de un vegetal". (Naked Lunch)
Marx le llamaba al capital "trabajo muerto", dado que sólo se
reproduce en la medida en que se abstrae del trabajo
considerado como medio de satisfacción de necesidades humanas
concretas. El capital sólo tiene hambre de más capital, siendo
el trabajo sólo un medio. A Marx le fascinaba esta implacable
voracidad autista del Capital. La droga es necesidad muerta
ante todo otro objeto de deseo que no sea el de su propio
aplacamiento: lo que no deja de fascinar tanto a Burroughs
como a nosotros, sus lectores.
Bill, el yanqui yonqui, deviene el perfecto capitalista del
anti-objeto. El prólogo presenta a un joven de la burguesía
media de St. Louis que no sabe qué hacer con su vida hasta que
descubre el "junk as a way of life", versión underground
del American way of life. El resto del relato provee un
ensamblaje cómico-químico de la cadena narrativa del chuteo.
Los episodios se acumulan en una serie paratáctica puramente
cuantitativa. Según Burroughs la heroína constituye el
paradigma de la droga. Ella es la indudable heroína de su
historia. Pero también se evidencia que la substancia
psicoactiva por sí misma no es la droga. La droga delimita el
lugar anti-objetual ocupable por una serie sustitutiva de
sicoactivos (morfina, opio, paregórico, benzedrina, codeína,
cocaína, heroína, haschish, marihuana, peyote) que a pesar de
sus muy divergentes propiedades y efectos se ajustan aquí a
una misma gramática de la adicción, la de Burroughs.
El sostiene que la droga es un mecanismo psico-bio-social
independiente de la metafísica de la interioridad. Es cierto
que el lector convencional podría identificar en esta
narración el curso de degradación moral y física del
protagonista y sus impresentables acólitos. Ello supliría la
infaltable moraleja de la historia. Pero hay también un Bill
fantasmático que emerge como el arriesgado empresario del
anti-objeto, el oficiante de la industria existencial de la
Cosa. Ese Billy the Junky-Kid transmuta las remesas de capital
recibidas de su familia en el flujo de coseidad que penetra
sus venas; además colecciona armas de fuego, a la vez que
explora distintos escenarios del mercado de la droga,
desplazándose en un derrotero norte-sur transido de
aventurerismo masoquista que pasa por Nueva York, Kentucky,
Nueva Orleans, Texas, México y Colombia.
Si bien los personajes de tal historia representan, en
palabras del propio texto, "agregados humanos que se
desintegran en la insanidad cósmica, eventos aleatorios en un
universo moribundo", también vemos que contribuyen con su
propia desintegración objetual, como templarios oferentes de
su propia entropía, a la apoteosis de la Cosa. La Cosa es un
objeto imposible o anti-objeto. La droga en tanto ente
inexpresable e insólito con respecto al cual se configura el
sujeto que cuenta y escribe, se eleva a la dignidad de Cosa y
además se sublima como letra del objeto imposible en cuya
abolladura medra lo Real. El artista de la droga emerge
mediante esta construcción literaria como el capitador de la
Cosa en todo su antagonismo repelente, excesivamente real y
fascinador. El supremo consumidor sirve de reverso al gran
financiador de la Cosa. Bill el Junky aparece como advocación
plutónica, underground, de Bill Gates.
1 comentario:
we are acid junkies!
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